martes, 22 de octubre de 2013

Pablo Neruda

Tu poesía jamás será desterrada
Entre vidrios rotos y madera húmeda crece el amor


Es Pablo Neruda (12 de julio de 1904 – 23 de septiembre de 1973) el canto de un pueblo que todo lo hizo a mano: el beso y la caricia, el poema, el recuerdo, el amigo, la muerte. Este escritor con sabor a vino y sangre, oloroso a mar y nostalgia no vivió una vida sino muchas “Mi vida es una vida hecha con todas las vidas: las vidas del poeta”, nació en Chile y “de aquellas tierras, de aquel barro, de aquel silencio, he salido yo a andar, a cantar por el mundo” su Crepusculario y sus Odas; sus Cantos Ceremoniales y Sonetos de Amor; su Canto General y sus Residencias; su Estravagario y sus Navegaciones entre otras muchas obras.


        Es el beso la cavidad más grande pues en él caben todos los misterios del mundo. ¡Qué bueno saber que con él se opacan las tristezas! Es la caricia el paseo más sabroso pues en ella nos descubrimos las sensibilidades. La vida debe crecer en el mástil o alzarse como los mascarones de un viejo navío que rompe las olas, vestirse de poesía, derretirse en almíbar, mantenerse firme y entregarse toda “Yo quiero para mí la avena y el relámpago/ a fondo de epidermis,/ y el devorante pétalo desarrollado en furia,/ y el corazón labial del cerezo de Junio,/ y el reposo de lentas barrigas que arden sin dirección,/ pero me falta un suelo de cal con lágrimas/ y una ventana donde esperar espumas”.      
Es el poema el único placer que se tiene en solitario, es acicalarse para recibir al amado, anticipo placentero del gusto de una mirada ajena posada sobre las propias letras. Es la carta un abrazo a distancia, voz que llega donde no el grito, taburete donde nos encaramamos para alcanzar el arco iris “¡Ay! si con solo una gota de poesía o de amor pudiéramos aplacar la ira del mundo, pero eso sólo lo pueden la lucha y el corazón resuelto”.
            Es el recuerdo recurrencia en el impreso de nuestra memoria, titular no siempre bien logrado pero que invita a continuar abundando en la noticia y no son pocas las veces que la misma nos ocupa por días aunque no sean buenas nuevas sino amargos desencuentros “no son recuerdos los que se han cruzado/ ni es la paloma amarillenta que duerme en el olvido/ sino caras con lágrimas/ dedos en la garganta/ y lo que se desploma de las hojas:/ la oscuridad de un día trascurrido,/ de un día alimentado con nuestra triste sangre”.
Es el amigo la mejor digresión en el discurso de la solidaridad, coincidencia de nuestra locura; es quien enciende un fosforito para guiar nuestros pasos en la oscurana del dolor más intenso y se ríe de nuestras ridículas ocurrencias. Así, un día de estos que amanezca más temprano, abriré el abdomen de una página y saldrá de sus entrañas un poema de Neruda que sobrevivió a la intemperie: “En la noche del corazón/ la gota de tu nombre lento/ en silencio circula y cae/ y rompe y desarrolla su agua”.
         ¡Qué pena que a veces la muerte nos quiebre el empate y se salga con la suya! Siempre nos sorprende aunque intentemos prepararnos para su encuentro. Nos colma de tristeza y hace que nuestro andar vacile por unos momentos. Entonces, buscamos a tientas en qué gajito de entereza aferrarnos para no caer en la borrasca de la desesperanza. Porque  después del frío y el fuego un poeta no puede ser el mismo, una vez que la muerte nos ha besado la vida “es una sola hora larga como una vena/ y entre el ácido y la paciencia del tiempo arrugado/ transcurrimos/ apartando las sílabas del miedo y la ternura/ interminablemente exterminados”.
          ¡Ay, poeta! Si te marchas o te mueres te quedas sin beso ni caricia, sin poder escribir; sin carta, recuerdo ni un carajo porque, como sentenció alguna vez Gabriel García Márquez, “morir es no estar nunca más con los amigos”. Así, pues, ¡salud, Pablo Neruda! Haznos el favor y no te mueras nunca. Y gracias, compañero de canto solo “Porque los hombres ya no tienen muerte/ y tienen que seguir luchando desde el sitio en que caen/ hasta que la victoria no esté en sus manos/ aunque estén fatigadas y horadadas y muerta/porque otras manos rojas, cuando las vuestras caigan/ sembrarán por el mundo los huesos de tus héroes/ para que tu semilla llene toda la tierra”.

Palabra: Ileana Ruiz
Dibujo: Xulio Formoso

Perucho Aguirre

La cultura popular tiene la voz de Perucho Aguirre
La copla es un cuento de la vida



Desde hace 42 años la música del oriente venezolano - gaitas, galerones, polos, motivos guaiqueríes -  viaja en el barquito de papel y voz que el Collar de Perlas ha construido para navegar por el azul. Nueve pájaros de mar que andan por tierras monaguenses sin haber jamás dejado de palpitar en el corazón de la isla porque para ellos “Margarita está rodeada de Venezuela por todas partes”. Las canciones de Perucho Aguirre no caben en cuatro espacios y cinco líneas sino que precisan del pentagrama de la vida para expresarse y trascender.


            ¿Cómo es la historia de un canto?
Desde niño yo vengo haciendo coplas y poesía. Todos los personajes que iba conociendo en mi infancia y lo que ocurría en mi calle lo hacía versitos. Cuando entré al campo musical me di cuenta que podía conjugar las dos cosas, las anécdotas y la música. Yo escribo en cualquier papelito: cartón de vasos, servilletas, revistas, periódicos, libretas y grabo la música; la voy oyendo hasta que la saco pa’ la calle. A medida que la voy cantando la voy arreglando hasta que por fin la oigo y me digo ¡ésta es!
¿Cuándo sabes que una canción está bien hecha?
Pues cuando uno la canta en alguna parte y crea una polémica, una habladera sobre eso. Es lo que yo llamo la dialéctica del canto popular en Venezuela. Se hacen muchas canciones y las estás oyendo y sabes que no hay nada: es simplemente una canción. Se llama canción porque tiene música y letra. ¡Ah! Pero el alma de la canción, el corazón latiendo, los pulmones respirando, la condición de amor que pueda tener (porque al fin y al cabo el verdadero amor está lleno de sangre, de ritmo) eso es muy diferente.
¿Cuál es el papel de la radio en la difusión de ese amor?
La libertad de expresión en la radio es la inducción de la libertad de pensamiento. Acá lo quieren resolver todo con leyes. Ahora se pretende que la gente de la radio entienda lo que es importante. Si no lo entienden, los buenos propósitos se quedan en nada, en pura ley. Por ejemplo, tú pones una emisora de radio todo un día y no oyes una cantica de alguien importante, llámese importante quien haga una canción que te atrape, te convoque, te diga algo. La canción no es para vestir una moda. Si alguien va a conocer Margarita, lo justo es que en los autobuses se oiga la música de allí para que la gente la aprecie. ¿Qué está pasando con nosotros que nuestro canto no está produciendo ninguna avalancha?
¿Cuál es la razón de ser de un cantor?
Situarse uno en la vida. ¿Para qué hago yo esto? Lo importante es que sí, uno pretende alegrar pero, en el fondo del corazón, uno lo que pretende es atrapar, convocar, meter en cintura eso que la gente no sabe y que es a través de la canción que se puede decir. ¡Ah! Pero es que me estoy yendo con una letrica simpaticona, muy bien hecha, muy pulimentada (eso de hacer una canción de un solo cipotazo no es cierto) porque mientras no logre la última colada, eso no va para la calle. Allí está mi responsabilidad como músico, como compositor.
¿Cómo encuentra un artista la trascendencia?
El trasfondo es muy parecido a lo que yo hago: tratar de encontrar un pendejo y meterlo hacia el potrero mío para que cuando yo vea que el caballito ya está listo le abra la talanquera para que se vaya ¡Anda a correr el campo! ¡Allá va otro Perucho! ¡Aguántenlo porque ese loco va a no engañar! Él va lleno de amores. Ese es el secreto: conjugar los amores de uno y los que uno pueda conseguir. Hay que leer buenos libros, buenos periódicos, escuchar buena música para no quedarse metido en un círculo. También hay que salir, hablar con la gente, observar las cosas para no ponerse a inventar: si te pones a inventar, resulta que la letra no te sirve. Hay que manosear la materia prima con la que pretendes hacer una canción. Es como un jardín: si no lo cuidas, lo podas, le quitas las ramas que se secaron y lo enamoras, mejor es que no hagas nada.
¿Qué es el azul que te sirve de rúbrica?
Azul son sentimientos, azul ha sido mi vida. Ese mar bravío, tempestuoso y otras veces sereno. Una mezcla de todos los azules posibles que pretenden hacerse poemas, canciones bien hechas, velorios de cruz de mayo, anécdotas. En ese azul con el que yo termino todos mis textos está este país que todavía en el azul no ha aparecido donde cada quien es ese caballito patrio, cimarrón, lleno de fuerza y anhelos. Donde no hay desesperanza, descontrol, insensatez. Donde todos cabemos.

Entrevista: Ileana Ruiz
Dibujo: Xulio Formoso

lunes, 14 de octubre de 2013

Bonito barrio firme


Las casas de los cerros se derrumban, las de las colinas, no. Y no es por problemas de alarifes ya que las casas de cerros y colinas son construidas por el mismo  Juan y María Albañil. Son problemas de improvisación, falta de cálculos estructurales y arquitectónicos, asesoría técnica de ingeniería urbana y baja calidad de los materiales empleados.

En las colinas falta el agua un día a la semana, racionamiento programado, comedido y necesario para el ahorro ecológico de tan preciado derecho humano. En los cerros llega el agua un día a la semana por lo que los pipotes y baldes constituyen injustamente el decorado interno de cocinas, baños y lavanderos.

En los cerros hay que “robarse la luz”,  en las colinas se paga por el suministro eléctrico. En los cerros hay que subir enésimos escalones individualizados en cuanto a altura y medida de pisada para llevar a casa el mercado, la bombona de gas, los bloques y cemento para ampliar el cuarto o bajar en brazos y a la carrera a la parturienta que ha roto fuente, no sea que para en la escalera. En colinas el vehículo llega hasta la puerta.

Son desigualdades en las alturas de la  geografía de una misma patria.

Es tiempo de repensarse la construcción de los barrios. Ahora bien, hay que hacerlo con el espíritu solidario y humanamente bonito de quienes habitamos los cerros. Pensarse un urbanismo con lugares para el encuentro. Lugares vivos, no estructuras cerradas y exclusivas. Algo que se identifique con la esquina del callejón, o la ampliación de la escalera donde se pueda hacer la fogata ideológica, encaramar el templete en carnaval o quemar a Judas.

Necesitamos paredes que protejan la intimidad familiar pero con ventanas que permitan saludar a quienes compartimos vecindad, viviendas con un porche literario abierto a la calle. Caminerías por las que se pueda bailar  al santo, recorrer en procesión con la paradura del niño al ritmo del tobo-tambor y el rallo-charrasca.

No queremos el portón eléctrico para encerrar paranoias. Queremos vivir en privacidad lo cual no implica que todos y todas no se metan en nuestras vidas: los logros personales son logros comunales y los duelos se superan si se lloran en colectivo.


No queremos vivir cuidando cosas y casas de lujo. Queremos tener la libertad y felicidad de vivir en tierra firme pero en un barrio bonito.
Palabra: Ileana Ruiz
Dibujo: Xulio Formoso

Solo con fondo de luna

Brama la nostalgia en pleno apogeo con su luna creciendo en nuestro horizonte: “todo lo que quise lo quise solo”

Somos soledades comunicantes conectados por una base común. Tenemos distintas formas de ser y tal vez encontradas posiciones en el actuar pero cuando las emociones líquidas de nuestros signos gotean, alcanzan el mismo nivel en nuestros corazones impidiendo que uno solo sea rebasado y colapse el alma.

Nos encontramos en la palabra, esa letra en carne viva. Coincidimos un siete de octubre leyendo a Edgar Allan Poe: un poeta para no dormir. Nos amamos con desmesura desmintiéndolo cuando dice “de la misma fuente no he tomado mi pena; no se despertaría mi corazón a la alegría con el mismo tono”. No. No hay coincidencias porque nadie ama de la misma manera dos veces.

¿Por qué Poe esgrimía un artefacto para escudriñar las estrellas si él mismo fue un telescopio para mirar el universo interior? Tal vez porque su cuento, prolongado en el nuestro, sucumbe en el principio y se reinicia en el final. Tus ojos jamás volverán a mirar la luna sin buscar en ella el reflejo de lo perdido…y sin embargo. No importa que la mayoría te requiera, sabes que el reclamo por tu partida es mío.

Tememos. Nos tenemos. ¿Hasta qué punto eso nos redime de incurrir en desacato? ¿Puede un beso certero ahuyentar al cuervo que grazna ¡nunca más! azuzando el dolor del amante afligido? ¿Será que somos solo pesadilla intensa en sueño ajeno?  

Quisiera como Allan Poe sufrir el horror de escribir bien mas no hay relato que me soporte.

Nada hay más ficticio que la realidad.
Palabra: Ileana Ruiz
Dibujo: Xulio Formoso

Música chueca



Uno de los trabajos más hermosos que he tenido fue el de “Poeta de Programa”. Se los juro que así decía mi contrato. El asunto consistía en escribir prosa poética para presentar a un artista en el programa de mano de su concierto.

De eso hace más de dos décadas y ni soñaba yo en ser periodista (lo de andar por Venezuela ubicando cultoras y cultores vino después cuando con Don Xulio Formoso nos dio  por hacer una serie, entrevistas interruptus, ya que no hallaron espacio para ser publicadas). Como me gusta darle la cara a la vida y hablar personalmente con la gente que voy a presentar (y no enviarle un cuestionario o leerme lo que antes se ha escrito al respecto) una vez fui a parar con mis preguntas en casa de Rodrigo Riera quien este 19 de septiembre cumpliría 90 años.

Por aquel tiempo estaba yo estudiando psicología y me costó mucho no hacer más bien una entrevista que perfilara un ser resiliente: con todas las de perder (orfandad, poliomielitis, pobreza) se esforzó hasta ganar todas más una. Me hizo escuchar canciones, preludios, danzas, tangos.

Le pregunté: “¿Cómo definiría usted su música?” Me sorprendió su respuesta: “¡Tan chueca como yo!”. Ese programa de mano que escribí no hablaba de perfecciones ni maestrías: hacía un llamado a escuchar música chueca.


“Nuestra Señora la Guitarra sabiendo de clásicos se regodea en la nota falsa que vibra en manos del aprendiz de tangos. Pueden Segovia y Lauro erizarte la piel, puede una partitura quebrantarte el sueño pero esta tarde Riera, el Chueco Rodrigo -con temas como Canción Caroreña, Nostalgia, Monotonía y Melancolía- hará que tu pueblo te palpite en el ombligo”.

Palabra: Ileana Ruiz
Dibujo: Xulio Formoso

lunes, 9 de septiembre de 2013

The Dubliners

                    

I

El año pasado 2012 por esta fecha Los Dubliners cumplieron 50 de fundados y casi simultáneamente falleció a los tempranos 72, Barney McKenna (Banjo Barney) miembro fundador, insigne contador de chascarrillos y uno de los pocos miembros vivos que aun quedaba. A un año de esos sucesos y cargándome con la nostalgia del caso y tratando, casi siempre infructuosamente, de enemistarme con los bordes que impone mi natural melancolía céltica, cantándole al desarraigo y siempre borrando una y otra vez el nombre a las heridas; la ocasión me resulta propicia para volver a oír sus baladas de marineros y emigrantes, rememorando amores y desamores de esos que te parten el corazón en pedacitos sangrantes, frente a una pinta de Guinnes, la negra y amarga cerveza irlandesa, de lejos la mejor del mundo y sus alrededores. En todo caso, no vayan a pensar por el título que esta es una reseña literaria acerca de James Joyce y su obra. Mi atrevimiento no llega a tanto. Sucede que en Febrero de 1997, en pleno invierno norteuropeo, en esas extrañas andaduras que a veces se me dan sin proponérmelo por una serie de curiosas coincidencias, andaba yo por el noreste de Irlanda, acompañando de asomado a mi primo Iker, el de la rama vasca de los Formoso, orgullo de la familia, conferencista y docente de arte prehistórico de la Universidad Complutense, en unas conferencias sobre las manifestaciones celtas en la Cornisa del Cantábrico, a las que había sido invitado por el Trinity College de Dublin. El caso es que nos enteramos de que el legendario grupo The Dubliners actuaba en Drogheda, una de las más antiguas ciudades de la verde Erin a escasas 30 millas al norte, en plena costa y con unos vientos gélidos y rasantes del mar de Irlanda que se te metían en el tuétano. 

(Esta historia continuará)


II
Pues nada más fue saber que The Dubliners actuaban en Drogheda en una única función y el Iker y yo salimos de Dublin a toda pastilla en un taxi que terminó por pulverizar nuestro exiguo presupuesto. Llegamos a un abarrotado y bullanguero McPheil’s con cuatro horas de anticipación y no fue fácil conseguir un lugar medianamente adecuado. Conocíamos de años a estos Dubliners a través de discos emblemáticos como Prodigal Sons y Further Along. En principio, músicos de bares de más que dudosa reputación que, a comienzos de los sesenta comenzaron su singladura en el famoso O’Donough’s donde el violín y el whistler (flauta celta de característico sonido) enmarcaban las historias en gaélico dando consistencia a una reivindicación de identidad musical que corrió como la pólvora y se divulgó en los turbulentos y sangrientos tiempos de la guerra civil en Irlanda del Norte por los predios de Belfast y Londonderry. Habían asumido su nombre artístico inspirados en la novela de James Joyce y fueron dando forma a un repertorio compuesto por antiguos y jocosos cantos de taberna y en arcanas tonadas populares de emigrantes, campesinos y marineros. En 1967 irrumpieron con fuerza en el mercado musical anglosajón con una canción que los hizo célebres: Seven Drunken Nights (Siete Noches de Borrachera), éxito censurado en la pacata y conservadora Irlanda de la época y que los proyectó incluso a aquel incipiente mundo del rock wasp (blanco y anglosajón) liderado por los Beatles y los Stones. Estos cinco dublineses que influenciaron a dos generaciones y dieron lugar a grupos como U2, se presentaron esa noche con otra leyenda en sus filas: el bardo Paddy Reilly. Nunca olvidaré esa fecha. A los tres días mi primo Iker se murió en Maynooth. Vaya esta columna en su memoria.

Palabra y dibujo: Xulio Formoso

jueves, 5 de septiembre de 2013

Blues Boy King









I

Así como el Tirol austríaco es el lugar de nacimiento del vals, los arrabales del Río de la Plata el del tango o las tabernas de Lisboa el del fado, El Delta del Mississippi es el lugar de nacimiento del blues. Y así como el fado es la fatiga del alma y el tango es un sentimiento que se baila, el blues es un sentimiento que se canta. Canción de trabajo, canción de oración, rimas inglesas, baladas irlandesas y escocesas y herencia directa africana occidental. Todo eso es blues. Y mucho más que eso también. Para ser un bluesman, no es absolutamente necesario que vengas del Delta pero ayuda, y mucho. Y tampoco es condición indispensable de credenciales el que hayas echado escardilla y doblado el lomo en un campo de tabaco o algodón, pero si lo has hecho y has sabido conjugar la tradición de llamada y respuesta tribal transformando todo eso en una interacción entre guitarra y voz, entonces estamos hablando de sensibilidades, sentimientos, conmociones, afectos, tristezas del alma, dolor con desgarramiento por desamores, deslealtades y falsías, heridas sangrantes y supurantes de corazón, testículos y ovarios, entonces mi amigo, estamos hablando de blues. Tanto el blues como el country surgen en las mismas regiones sureñas de Estados Unidos en el XIX. Y se comienzan a hacer grabaciones en los años veinte del siglo pasado cuando la incipiente industria discográfica crea categorías de marketing denominadas “música racial” y “música hillbilly” para vender canciones a negros y blancos, respectivamente. En esa prehistoria de los géneros no hay una clara distinción entre ellos, excepto por la raza y el aspecto de los intérpretes y a veces, ni eso. La idea era hablar de Blues Boy King, mejor conocido como B.B.King pero me quedé en la introducción. Seguimos en la próxima.




II

Nacido en una cabaña sobre una plantación de algodón cercana a Itta Bena, Mississippi, Riley B.King cumple este 16 de Septiembre 88 años y contando. Ineludiblemente, por raza y antecedentes, a los 9 ya estaba recogiendo copos blancos y cantando en las calles, lo cual es una excelente manera de iniciarse en esto del blues. Hay quien dice que el blues es la madre de todas las músicas del siglo XX; en todo caso, en estas primeras décadas del siglo, para un negro aparcero en el profundo Sur resultaba imposible eludir que las cenizas de su historia serpenteaban por una realidad estéril dispuesta a enterrar esperanzas. Riley decidió que eso de rendirse ante lo perverso de la cotidianeidad era como entregarse a los que no sueñan, a los que no aman y a los que visten de luto los corazones de los que los rodean. En los cuarentas, King consigue un trabajo de DJ en una importante radio de Memphis y alterna con actuaciones en clubs locales. Una noche hay una pelea en el club entre dos parroquianos por una mujer, como consecuencia el local se incendia y King se mete a rescatar su Gibson acústica. La mujer por la que pelean se llama Lucille y Blues Boy King decide a partir de entonces que esa Gibson y todas las que vendrán después se llamarán Lucille. Son innumerables los discos grabados, las canciones compuestas, los Grammys y los premios de todo tipo recibidos por este músico insigne. Su manera de tocar es única y crea escuela. Sin nungún deseo de convertir esta columna en una reseña lavada con multitud de fechas y acontecimientos tipo wikipedia, solo debería concluír que el King más que una referencia musical es definitivamente, una referencia histórica y que su música suele ser un ejercicio de metafísica inconsciente, en la cual el espíritu no sabe que hace filosofía.

Palabra y dibujo: Xulio Formoso

sábado, 31 de agosto de 2013

Caricaturas



Caricaturizar es una empresa muy compleja. No se trata de reducir a alguien a un montón de escombros de rayas y colores cuyo parecido con la realidad no es más que pura negligencia.

Pocos artistas tienen la osadía de dedicarle a este oficio más de un par de ejercicios. La mayoría asume con sensatez que no es tan fácil como pareciera y responsablemente admiten que para salvar los escollos y no dejar la piel y los huesos en los filos de trazos imprecisos se requiere una dotación extraordinaria de ojo, mano, mente, ánimo, alma y espíritu.

Retina fotográfica para una observación acuciosa. Poder ver las tesituras, captar los contornos, iluminar las facciones y expresiones del rostro; dejarse impresionar por lo que no está a simple vista.

Mano habilidosa para exagerar los rasgos adjetivados sin profanar el corazón de lo dibujado. Saber romper a golpes del movimiento de muñeca la monotonía de la imagen de todos los días y bendecirla con una nueva vida cromática.

Mente perspicaz para sorprender los sentimientos que brotan de la mirada, interpretar los pensamientos y sentir que la otra persona le ha revelado sus secretos sin usar ni una palabra.

Ánimo respetuoso como debe ser el predominante cuando se toca a cualquier ser sea con los dedos, los labios, el creyón o la tinta.

Alma sensible para entender que la relación del artista con su obra debe ser fundamentalmente amorosa. Tener siempre presente que la utilidad, prestigio o lucro obtenidos son un suplemento nutritivo, nunca la razón de ser de lo creado.

Definitivamente, para caricaturizar como es debido, el artista ha de ser portador de un espíritu seriamente risueño. 

Palabra: Ileana Ruiz
Dibujo: Xulio Formoso

Ante mis ojos




       Érame una vez enamorada de todo lo vivo. Gente con sus rostros, sus manifestaciones culturales y su andar; plantas cargadas de racimos de penas y alegrías; animales cautivadores o cautivos y paisajes…porque para nuestros pueblos ancestrales hasta las piedras respiran. Lo que palpita me emociona; Aquiles Nazoa me lo enseñó: "Yo no puedo ver una flor sin que se me boten las lágrimas. Ni un paisaje sin que se me boten los ojos" “

       Puedo describir el mundo según lo percibo, resumirlo en sonidos o analizarlo en silencios; puedo valerme de complejos dispositivos vocales para tratar de darme a entender pero las oraciones siempre serán corimbos con pedicelos de palabras sujetándose al tallo de una idea. Al expresarlo por escrito, siempre tendré la duda de si lo que yo veo es común a alguien más. La profundidad de lo humano desborda los límites del alfabeto.

       Los trazos son otro cuento. Allí no hay misteriosas cavernas donde ocultarse. Los secretos se develan. No hay línea que sobre porque no se puede dibujar con creyones incoloros que permitan que cada vidente use su aguamarina preferida. La transparencia sólo aplica para el alma de quien está creando: vemos lo que ella quiere que veamos, su visión crítica de las cosas, su mundo.

      Érame una vez enamorada de la vida reflejada en mis retinas desestimando lo atrapado en el punto ciego. Ahora, cada vez que una obra de arte se ilumina ante mis ojos, me percato de cuán deforme veía yo la realidad. Sé que me estás leyendo con escepticismo, que piensas que no estoy hablando en serio; no importa que te rías, mañana te convenceré.


Palabra: Ileana Ruiz

Dibujo: Xulio Formoso

lunes, 26 de agosto de 2013

Josefa Camejo



Con fuerza en la lucha y ternura en la acción, mujer forjada con fuego patrio.



Somos una humana especie que no se basta por sí sola. Somos un archipiélago surrealista en permanente movimiento cuyas islas y promontorios se topan y se abandonan para luego volver a reencontrarse. Somos constelación en la que cada persona como hermosa luminaria es imprescindible para completar la figura. Cada vida humana merece contarse aunque no todas se escriban y publiquen.

Hay vidas que dejan el anonimato, abandonan el ámbito doméstico y se convierten en bien público. Es el caso de los llamados “personajes de nuestra historia”. Gente que, en un momento dado, hicieron actos heroicos sencillamente porque los consideraron su deber.

Josefa Venancia Camejo Talavera (1791-1863), nacida el 18 de mayo en Paraguaná, estado Falcón, en un hato cercano a la población El Vínculo y conocida como “La Camejo” o “Doña Ignacia”, es uno de estos ejemplos. Mujer trimórfica, Kore-Hécate-Demeter: niña traviesa, joven seductora, madre abnegada, toma lo mejor de estos elementos arquetipales para formar su personalidad. Mujer resuelta en las notas implacables de la batalla que libra al frente de ejércitos completos o pequeños grupos de personas esclavizadas mientras reinventa amaneceres y busca definiciones, intuyendo que el crecimiento no llega nunca a término.

De niña se escapa del convento donde la ha confinado su padre al procurar su educación católica y se va al patio donde convive la servidumbre de su casa para escuchar sus cuentos. El conocimiento académico es necesario y útil si se contrasta con la realidad y aporta a ésta para transformarla, no si se queda aprisionada en el claustro. Esta afición por los relatos y la impronta libertaria que le brinda el hecho de ser testigo de la Declaración de Independencia el 19 de abril de 1810 la llevan luego, en la adolescencia, a frecuentar los círculos donde se discuten ideas republicanas. 

En una sociedad occidental masculinizada y patriarcal como la nuestra, sorprende ver cómo este modelo se resquebraja ante las dificultades y lo femenino (esos atributos, valores, características asignadas socialmente a la mujer) en momentos de crisis se activa más profundamente y brinda la posibilidad de sobre-vivir de modo más asertivo. La Camejo, siendo una joven veinteañera, felizmente casada y con dos hijos, alterna sus labores de esposa y madre con los avatares de la guerra independentista.

Así, ante la amenaza que mantenía el ejército realista a la ciudad de Barinas en 1811, Doña Ignacia y otras diecinueve mujeres redactan un documento titulado Representación que hace el Bello Sexo al Gobierno de Barinas el cual da fe de ese empuje tan necesario.

Josefa Camejo es valorada como heroína por este episodio y el acompañamiento dado al ejército patriota en su marcha a la Nueva Granada. Después de haber soportado horas sin descanso, haber padecido en el espíritu el dolor y la incertidumbre, transcurrir largo tiempo a la intemperie, llegar a un refugio y no conformarse con reponerse sino dedicarse al trabajo, eso significa entereza. Finalmente, habiendo retornado a Paraguaná protagoniza el levantamiento armado que liberará la Provincia de Coro.

Hay momentos que toca ir a la vanguardia; en otros hay que permanecer en la retaguardia. La sabiduría estriba en distinguirlos. Proteger y dejarse ayudar son tiempos de un mismo compás. Para vivir no se vale obviar la mitas d elo que somos. Ciertamente hay guerras que se ganan en el campo de batallamas las causas importantes ameritan constancia en luchas no armadas con fuego y plomo sino con astucia, palabras y compromiso.

Palabra: Ileana Ruiz
Dibujo: Xulio Formoso



Augusto Bracca





Hace treinta y pico de años, cuando el tráfico caraqueño todavía era medianamente racional, el maestro Bracca componía sus piezas mientras manejaba un autobús de la línea Mesuca. Pero ya El Carrao de Palmarito le había grabado Chaparralito Llanero y lo había convertido en éxito. También Javier Solís y Julio Jaramillo le habían interpretado sus temas, además de lo más granado y emblemático del canto llanero. Cuando Cristóbal Jiménez puso su Fiesta llanera en Elorza en un acetato, hasta los suecos y los bálticos (por nombrar dos al voleo) bailaron al son de las bandolas. Siempre se trajo con él, estuviera donde estuviera, el polvo del camino de su natal Orichuna y a Orichuna de Apure volvió para fundirse con su polvo caminero después de 94 años y más de 300 canciones. Un abrazo maestro y nos seguimos viendo por ahí, en el camino.

Palabra y dibujo: Xulio Formoso

viernes, 23 de agosto de 2013

Caballito de madera





Cuando José Domingo cumplió cuatro años, su abuelo le regaló un caballito de madera. Su cuerpo oscuro relucía como los zapatos que su padre embetunaba para ir a la misa contrastando con la estela lunar de su cola y la crin revuelta de un color castaño y malva. Un arnés de metal lo elevaba del suelo; de cada pata surgían fuertes resortes los que eran responsables del trote encabritado que le imprimía el jinete colocado a horcajadas sobre su lomo.

Durante los primeros años solo un tímido balanceo acompañaba la fantasía por donde cruzaban arrieros y puntas de ganado que atravesaban los ríos crecidos de la llanura natal. Con la adolescencia llegó la aventura temeraria cuya tutoría era ejercida por las novelas de Silver Kane que compraba ávidamente en el quiosco de la esquina.

Una tarde de abril, aprovechando el bochorno del recio verano, José Domingo se deslizó por los pasillos del apartamento; empujó suavemente con el pie la puerta de la habitación del nieto y, tras verificar que nadie lo veía, se introdujo en ella sigilosamente.

Allí estaba. Esos ojos de vidrio no habían perdido su esplendor. Colocó la silla de ruedas a su vera, se apoyó en la crin laqueada y montó su caballo. Pese a haber pasado a ser propiedad primero de su hijo y ahora de su nieto lo seguía sintiendo suyo. Deslizó el brazo por el cuello, dio unos suaves golpes en la grupa e inició la carrera.

Ocho decenas de años fueron cayendo a su alrededor: el agobio del trabajo, la viudez temprana, las recriminaciones de la hija, la incomprensión del primogénito, sus sueños fracasados de escribir novelas sobre un oeste que quedaba muy al norte, el cáncer de laringe, el dolor en las coyunturas.


Bañado en sudor, con una sonrisa florecida que le brotaba desde la boca del estómago, José Domingo se apeó de su caballito con solo cuatro unidades de edad trenzadas entre sus manos nudosas. 

Palabra: Ileana Ruiz
Dibujo: Xulio Formoso


La cajita de música








             Las únicas enfermedades crónicas que matan son el descuido y el desamor. El cáncer no es peor que cualquiera de ellas. Sin embargo, su padecimiento deja secuelas  que jamás se curan en el cuerpo y en el alma.

            Mariale tenía 9 años cuando la conocí. Le habían amputado una pierna y debido a la quimioterapia había perdido la totalidad del cabello. El día antes de darla de alta, cuando nos estábamos despidiendo me abrazó fuertemente, la represa de sus párpados abrió las compuertas y un torrente de agua salada mojó mi hombro. Temía las burlas de sus compañeros al regresar a la escuela. Nunca volvería a ser una niña como las demás.

            Al día siguiente la acompañé en su última consulta. Abrí mi mochila y le mostré mi cajita de música. Al abrirla, una pequeña bailarina, de puntillas sobre su único pie visible, giraba al sonido de la dulce melodía.

-          Ella tampoco es una niña como las demás. Tú decides si lloras o bailas.
-          ¿Me la regalas? Voy a bailar.

Hay días en los que al contemplar mi propio cuerpo mutilado siento que, como una vez me dijera el poeta Gustavo Pereira,  “cierta humedad se desprende de las cavernas del alma y empañan por un momento la mirada”. Entonces, cuando estoy a punto de sucumbir ante la autocompasión, acordándome de mi cajita de música decido ser campeona de vuelo paralímpico.

Palabra: Ileana Ruiz
Dibujo: Xulio Formoso

Los drones






           El paisaje xerófito de la Península de Paraguaná se engalana con la profusión de flores que lo caracterizan: setos de ixoras brindan sus abundantes racimos fucsia y escarlata mientras las trinitarias, con sus engañosas brácteas, extienden sus coloridas hojas modificadas como si abrazaran a la verdadera flor pequeñita y amarilla que se oculta en el fondo de ese paraguas invertido.
            Pero esta tarde es una enorme sábila la que atrae mi atención. Sus pencas concéntricas y espinosas ocultan el nacimiento de la vara donde se sujetan las campánulas de sus flores. Estos corimbos tubulares del tamaño de un dedo meñique, naranja rojizo en su base y cada vez más pálido a medida que se aproxima el borde, evocan un gran placer gastronómico. Me los imagino salpimentados dorándose en la sartén junto a la cebolla, el ajo y los ajíes según una receta náhuatl que algún día pasado aprendiera a preparar.
            Pero no es a mí sola a quien se le hace agua la boca frente a las flores de aloe. Como si estuvieran participando en un festival de danza, un dueto de colibríes aletean a ritmo desenfrenado entrecruzándose como si tejieran y destejieran un sebucán alrededor de la espiga de la sábila. Introducen su afilado piquito por la abertura de la flor y penetran en ella hasta casi desaparecer en su interior.
            Una niña de unos siete años ha llegado a todo pedal a mi lado y se une a la contemplación lanzando repentinamente la tan caquetía exclamación “¡A la broma!” Apelando a mi pasado docente, la miro y le pregunto:
-          ¡Qué curioso! ¿Verdad? ¿Vos sabés qué son?
-          ¡Claro! ¡Son drones intergalácticos que vinieron a colocar cámaras de espionaje en la Tierra!

Ante tan clarividente y actualizada afirmación, debo recoger mi bucolismo que ha quedado esparcido por el arenoso suelo cual pétalos de alguna acacia.

Palabra: Ileana Ruiz
Ilustradión: Xulio Formoso

martes, 20 de agosto de 2013

Cortázar: el amor en un caleidoscopio de letras.





El amor no tiene un solo camino. Puedes recorrerlo construyendo tu propia Rayuela: de principio a fin y a x caracteres sin espacio entre los cuerpos; otra opción es seguir secuencialmente y a fondo blanco desde la primera línea del segundo párrafo hasta donde acaba el tercero y obviar el resto; si no, leyendo, bajo la luz del nombre del octavo mes del año, sólo la última oración de cada segmento pidiéndoles que sirvan de citas textuales para tu pasión; o, simplemente, siguiendo el pulso que te indique el deseo “y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja”. 

Como dijera Gustavo Pereira desde algún remanso, los cronopios no son sólo sueños de poetas. Algunos se asoman de vez en cuando entre las páginas de los libros; otros prefieren los periódicos para perpetuarse; la mayoría deambula por las ciudades tratando de asirse a algún encuentro o escuchando al sereno de la noche especular de nuestras vidas quien va gritando por las calles del mientras tanto ¡26 de agosto y Cortázar! Son muchos climas y texturas reales o surrealistas las que han de surcarse en 70 años con espinas ya que en el transitar desde una “Presencia” inexorable a un “Divertimento” inmanente sabemos que a pesar del oráculo de la muerte “la esperanza le pertenece a la vida, es la vida misma defendiéndose”. 

¿Qué podrá hacer mi maga, esa irreverente letra ante tu filosofía universal? ¿Puede traducirse el argumento absurdo de un corazón sin valijas ante el análisis morfológico o sintagmático de alguna expresión? ¿Cuánto puede desvelarte una “Casa tomada”? ¿Qué profundo hieren “Las armas secretas? Sólo desmenuzando las entrañas de un jazz hasta hallar la nota más erótica que pronuncia tu saxo es posible sucumbir ante la loca cordura de saber que Jules Florencio Cortázar “se doblegará si realmente soy yo, se sumará a mi zona iluminada, más bella y cierta; con sólo ir a su lado y apoyarle una mano en el hombro”.

Existen muchas rutas para irnos descubriendo, muchos modos de sincopar los pasos: devenires, alianzas, complicidades, besos. Tal vez se vale perseguirnos en los cuentos siempre y cuando esa ardorosa seducción acabe simultáneamente al “Final del juego”. Creemos, con la humilde y profunda convicción de un presentimiento, que el itinerario que penitencialmente nos imponemos nos exige silencio absoluto mientras saboreamos el paseo. Nada se interpondrá en nuestra coincidencia. No nos extrañaremos cuando al volver una página nos veamos juntos porque “andábamos sin buscarnos pero sabiendo que andábamos para encontrarnos”. 

Palabra: Ileana Ruiz 
Ilustración: Xulio Formoso