viernes, 23 de agosto de 2013

La cajita de música








             Las únicas enfermedades crónicas que matan son el descuido y el desamor. El cáncer no es peor que cualquiera de ellas. Sin embargo, su padecimiento deja secuelas  que jamás se curan en el cuerpo y en el alma.

            Mariale tenía 9 años cuando la conocí. Le habían amputado una pierna y debido a la quimioterapia había perdido la totalidad del cabello. El día antes de darla de alta, cuando nos estábamos despidiendo me abrazó fuertemente, la represa de sus párpados abrió las compuertas y un torrente de agua salada mojó mi hombro. Temía las burlas de sus compañeros al regresar a la escuela. Nunca volvería a ser una niña como las demás.

            Al día siguiente la acompañé en su última consulta. Abrí mi mochila y le mostré mi cajita de música. Al abrirla, una pequeña bailarina, de puntillas sobre su único pie visible, giraba al sonido de la dulce melodía.

-          Ella tampoco es una niña como las demás. Tú decides si lloras o bailas.
-          ¿Me la regalas? Voy a bailar.

Hay días en los que al contemplar mi propio cuerpo mutilado siento que, como una vez me dijera el poeta Gustavo Pereira,  “cierta humedad se desprende de las cavernas del alma y empañan por un momento la mirada”. Entonces, cuando estoy a punto de sucumbir ante la autocompasión, acordándome de mi cajita de música decido ser campeona de vuelo paralímpico.

Palabra: Ileana Ruiz
Dibujo: Xulio Formoso

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