viernes, 23 de agosto de 2013

Los drones






           El paisaje xerófito de la Península de Paraguaná se engalana con la profusión de flores que lo caracterizan: setos de ixoras brindan sus abundantes racimos fucsia y escarlata mientras las trinitarias, con sus engañosas brácteas, extienden sus coloridas hojas modificadas como si abrazaran a la verdadera flor pequeñita y amarilla que se oculta en el fondo de ese paraguas invertido.
            Pero esta tarde es una enorme sábila la que atrae mi atención. Sus pencas concéntricas y espinosas ocultan el nacimiento de la vara donde se sujetan las campánulas de sus flores. Estos corimbos tubulares del tamaño de un dedo meñique, naranja rojizo en su base y cada vez más pálido a medida que se aproxima el borde, evocan un gran placer gastronómico. Me los imagino salpimentados dorándose en la sartén junto a la cebolla, el ajo y los ajíes según una receta náhuatl que algún día pasado aprendiera a preparar.
            Pero no es a mí sola a quien se le hace agua la boca frente a las flores de aloe. Como si estuvieran participando en un festival de danza, un dueto de colibríes aletean a ritmo desenfrenado entrecruzándose como si tejieran y destejieran un sebucán alrededor de la espiga de la sábila. Introducen su afilado piquito por la abertura de la flor y penetran en ella hasta casi desaparecer en su interior.
            Una niña de unos siete años ha llegado a todo pedal a mi lado y se une a la contemplación lanzando repentinamente la tan caquetía exclamación “¡A la broma!” Apelando a mi pasado docente, la miro y le pregunto:
-          ¡Qué curioso! ¿Verdad? ¿Vos sabés qué son?
-          ¡Claro! ¡Son drones intergalácticos que vinieron a colocar cámaras de espionaje en la Tierra!

Ante tan clarividente y actualizada afirmación, debo recoger mi bucolismo que ha quedado esparcido por el arenoso suelo cual pétalos de alguna acacia.

Palabra: Ileana Ruiz
Ilustradión: Xulio Formoso

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