sábado, 31 de agosto de 2013

Caricaturas



Caricaturizar es una empresa muy compleja. No se trata de reducir a alguien a un montón de escombros de rayas y colores cuyo parecido con la realidad no es más que pura negligencia.

Pocos artistas tienen la osadía de dedicarle a este oficio más de un par de ejercicios. La mayoría asume con sensatez que no es tan fácil como pareciera y responsablemente admiten que para salvar los escollos y no dejar la piel y los huesos en los filos de trazos imprecisos se requiere una dotación extraordinaria de ojo, mano, mente, ánimo, alma y espíritu.

Retina fotográfica para una observación acuciosa. Poder ver las tesituras, captar los contornos, iluminar las facciones y expresiones del rostro; dejarse impresionar por lo que no está a simple vista.

Mano habilidosa para exagerar los rasgos adjetivados sin profanar el corazón de lo dibujado. Saber romper a golpes del movimiento de muñeca la monotonía de la imagen de todos los días y bendecirla con una nueva vida cromática.

Mente perspicaz para sorprender los sentimientos que brotan de la mirada, interpretar los pensamientos y sentir que la otra persona le ha revelado sus secretos sin usar ni una palabra.

Ánimo respetuoso como debe ser el predominante cuando se toca a cualquier ser sea con los dedos, los labios, el creyón o la tinta.

Alma sensible para entender que la relación del artista con su obra debe ser fundamentalmente amorosa. Tener siempre presente que la utilidad, prestigio o lucro obtenidos son un suplemento nutritivo, nunca la razón de ser de lo creado.

Definitivamente, para caricaturizar como es debido, el artista ha de ser portador de un espíritu seriamente risueño. 

Palabra: Ileana Ruiz
Dibujo: Xulio Formoso

Ante mis ojos




       Érame una vez enamorada de todo lo vivo. Gente con sus rostros, sus manifestaciones culturales y su andar; plantas cargadas de racimos de penas y alegrías; animales cautivadores o cautivos y paisajes…porque para nuestros pueblos ancestrales hasta las piedras respiran. Lo que palpita me emociona; Aquiles Nazoa me lo enseñó: "Yo no puedo ver una flor sin que se me boten las lágrimas. Ni un paisaje sin que se me boten los ojos" “

       Puedo describir el mundo según lo percibo, resumirlo en sonidos o analizarlo en silencios; puedo valerme de complejos dispositivos vocales para tratar de darme a entender pero las oraciones siempre serán corimbos con pedicelos de palabras sujetándose al tallo de una idea. Al expresarlo por escrito, siempre tendré la duda de si lo que yo veo es común a alguien más. La profundidad de lo humano desborda los límites del alfabeto.

       Los trazos son otro cuento. Allí no hay misteriosas cavernas donde ocultarse. Los secretos se develan. No hay línea que sobre porque no se puede dibujar con creyones incoloros que permitan que cada vidente use su aguamarina preferida. La transparencia sólo aplica para el alma de quien está creando: vemos lo que ella quiere que veamos, su visión crítica de las cosas, su mundo.

      Érame una vez enamorada de la vida reflejada en mis retinas desestimando lo atrapado en el punto ciego. Ahora, cada vez que una obra de arte se ilumina ante mis ojos, me percato de cuán deforme veía yo la realidad. Sé que me estás leyendo con escepticismo, que piensas que no estoy hablando en serio; no importa que te rías, mañana te convenceré.


Palabra: Ileana Ruiz

Dibujo: Xulio Formoso

lunes, 26 de agosto de 2013

Josefa Camejo



Con fuerza en la lucha y ternura en la acción, mujer forjada con fuego patrio.



Somos una humana especie que no se basta por sí sola. Somos un archipiélago surrealista en permanente movimiento cuyas islas y promontorios se topan y se abandonan para luego volver a reencontrarse. Somos constelación en la que cada persona como hermosa luminaria es imprescindible para completar la figura. Cada vida humana merece contarse aunque no todas se escriban y publiquen.

Hay vidas que dejan el anonimato, abandonan el ámbito doméstico y se convierten en bien público. Es el caso de los llamados “personajes de nuestra historia”. Gente que, en un momento dado, hicieron actos heroicos sencillamente porque los consideraron su deber.

Josefa Venancia Camejo Talavera (1791-1863), nacida el 18 de mayo en Paraguaná, estado Falcón, en un hato cercano a la población El Vínculo y conocida como “La Camejo” o “Doña Ignacia”, es uno de estos ejemplos. Mujer trimórfica, Kore-Hécate-Demeter: niña traviesa, joven seductora, madre abnegada, toma lo mejor de estos elementos arquetipales para formar su personalidad. Mujer resuelta en las notas implacables de la batalla que libra al frente de ejércitos completos o pequeños grupos de personas esclavizadas mientras reinventa amaneceres y busca definiciones, intuyendo que el crecimiento no llega nunca a término.

De niña se escapa del convento donde la ha confinado su padre al procurar su educación católica y se va al patio donde convive la servidumbre de su casa para escuchar sus cuentos. El conocimiento académico es necesario y útil si se contrasta con la realidad y aporta a ésta para transformarla, no si se queda aprisionada en el claustro. Esta afición por los relatos y la impronta libertaria que le brinda el hecho de ser testigo de la Declaración de Independencia el 19 de abril de 1810 la llevan luego, en la adolescencia, a frecuentar los círculos donde se discuten ideas republicanas. 

En una sociedad occidental masculinizada y patriarcal como la nuestra, sorprende ver cómo este modelo se resquebraja ante las dificultades y lo femenino (esos atributos, valores, características asignadas socialmente a la mujer) en momentos de crisis se activa más profundamente y brinda la posibilidad de sobre-vivir de modo más asertivo. La Camejo, siendo una joven veinteañera, felizmente casada y con dos hijos, alterna sus labores de esposa y madre con los avatares de la guerra independentista.

Así, ante la amenaza que mantenía el ejército realista a la ciudad de Barinas en 1811, Doña Ignacia y otras diecinueve mujeres redactan un documento titulado Representación que hace el Bello Sexo al Gobierno de Barinas el cual da fe de ese empuje tan necesario.

Josefa Camejo es valorada como heroína por este episodio y el acompañamiento dado al ejército patriota en su marcha a la Nueva Granada. Después de haber soportado horas sin descanso, haber padecido en el espíritu el dolor y la incertidumbre, transcurrir largo tiempo a la intemperie, llegar a un refugio y no conformarse con reponerse sino dedicarse al trabajo, eso significa entereza. Finalmente, habiendo retornado a Paraguaná protagoniza el levantamiento armado que liberará la Provincia de Coro.

Hay momentos que toca ir a la vanguardia; en otros hay que permanecer en la retaguardia. La sabiduría estriba en distinguirlos. Proteger y dejarse ayudar son tiempos de un mismo compás. Para vivir no se vale obviar la mitas d elo que somos. Ciertamente hay guerras que se ganan en el campo de batallamas las causas importantes ameritan constancia en luchas no armadas con fuego y plomo sino con astucia, palabras y compromiso.

Palabra: Ileana Ruiz
Dibujo: Xulio Formoso



Augusto Bracca





Hace treinta y pico de años, cuando el tráfico caraqueño todavía era medianamente racional, el maestro Bracca componía sus piezas mientras manejaba un autobús de la línea Mesuca. Pero ya El Carrao de Palmarito le había grabado Chaparralito Llanero y lo había convertido en éxito. También Javier Solís y Julio Jaramillo le habían interpretado sus temas, además de lo más granado y emblemático del canto llanero. Cuando Cristóbal Jiménez puso su Fiesta llanera en Elorza en un acetato, hasta los suecos y los bálticos (por nombrar dos al voleo) bailaron al son de las bandolas. Siempre se trajo con él, estuviera donde estuviera, el polvo del camino de su natal Orichuna y a Orichuna de Apure volvió para fundirse con su polvo caminero después de 94 años y más de 300 canciones. Un abrazo maestro y nos seguimos viendo por ahí, en el camino.

Palabra y dibujo: Xulio Formoso

viernes, 23 de agosto de 2013

Caballito de madera





Cuando José Domingo cumplió cuatro años, su abuelo le regaló un caballito de madera. Su cuerpo oscuro relucía como los zapatos que su padre embetunaba para ir a la misa contrastando con la estela lunar de su cola y la crin revuelta de un color castaño y malva. Un arnés de metal lo elevaba del suelo; de cada pata surgían fuertes resortes los que eran responsables del trote encabritado que le imprimía el jinete colocado a horcajadas sobre su lomo.

Durante los primeros años solo un tímido balanceo acompañaba la fantasía por donde cruzaban arrieros y puntas de ganado que atravesaban los ríos crecidos de la llanura natal. Con la adolescencia llegó la aventura temeraria cuya tutoría era ejercida por las novelas de Silver Kane que compraba ávidamente en el quiosco de la esquina.

Una tarde de abril, aprovechando el bochorno del recio verano, José Domingo se deslizó por los pasillos del apartamento; empujó suavemente con el pie la puerta de la habitación del nieto y, tras verificar que nadie lo veía, se introdujo en ella sigilosamente.

Allí estaba. Esos ojos de vidrio no habían perdido su esplendor. Colocó la silla de ruedas a su vera, se apoyó en la crin laqueada y montó su caballo. Pese a haber pasado a ser propiedad primero de su hijo y ahora de su nieto lo seguía sintiendo suyo. Deslizó el brazo por el cuello, dio unos suaves golpes en la grupa e inició la carrera.

Ocho decenas de años fueron cayendo a su alrededor: el agobio del trabajo, la viudez temprana, las recriminaciones de la hija, la incomprensión del primogénito, sus sueños fracasados de escribir novelas sobre un oeste que quedaba muy al norte, el cáncer de laringe, el dolor en las coyunturas.


Bañado en sudor, con una sonrisa florecida que le brotaba desde la boca del estómago, José Domingo se apeó de su caballito con solo cuatro unidades de edad trenzadas entre sus manos nudosas. 

Palabra: Ileana Ruiz
Dibujo: Xulio Formoso


La cajita de música








             Las únicas enfermedades crónicas que matan son el descuido y el desamor. El cáncer no es peor que cualquiera de ellas. Sin embargo, su padecimiento deja secuelas  que jamás se curan en el cuerpo y en el alma.

            Mariale tenía 9 años cuando la conocí. Le habían amputado una pierna y debido a la quimioterapia había perdido la totalidad del cabello. El día antes de darla de alta, cuando nos estábamos despidiendo me abrazó fuertemente, la represa de sus párpados abrió las compuertas y un torrente de agua salada mojó mi hombro. Temía las burlas de sus compañeros al regresar a la escuela. Nunca volvería a ser una niña como las demás.

            Al día siguiente la acompañé en su última consulta. Abrí mi mochila y le mostré mi cajita de música. Al abrirla, una pequeña bailarina, de puntillas sobre su único pie visible, giraba al sonido de la dulce melodía.

-          Ella tampoco es una niña como las demás. Tú decides si lloras o bailas.
-          ¿Me la regalas? Voy a bailar.

Hay días en los que al contemplar mi propio cuerpo mutilado siento que, como una vez me dijera el poeta Gustavo Pereira,  “cierta humedad se desprende de las cavernas del alma y empañan por un momento la mirada”. Entonces, cuando estoy a punto de sucumbir ante la autocompasión, acordándome de mi cajita de música decido ser campeona de vuelo paralímpico.

Palabra: Ileana Ruiz
Dibujo: Xulio Formoso

Los drones






           El paisaje xerófito de la Península de Paraguaná se engalana con la profusión de flores que lo caracterizan: setos de ixoras brindan sus abundantes racimos fucsia y escarlata mientras las trinitarias, con sus engañosas brácteas, extienden sus coloridas hojas modificadas como si abrazaran a la verdadera flor pequeñita y amarilla que se oculta en el fondo de ese paraguas invertido.
            Pero esta tarde es una enorme sábila la que atrae mi atención. Sus pencas concéntricas y espinosas ocultan el nacimiento de la vara donde se sujetan las campánulas de sus flores. Estos corimbos tubulares del tamaño de un dedo meñique, naranja rojizo en su base y cada vez más pálido a medida que se aproxima el borde, evocan un gran placer gastronómico. Me los imagino salpimentados dorándose en la sartén junto a la cebolla, el ajo y los ajíes según una receta náhuatl que algún día pasado aprendiera a preparar.
            Pero no es a mí sola a quien se le hace agua la boca frente a las flores de aloe. Como si estuvieran participando en un festival de danza, un dueto de colibríes aletean a ritmo desenfrenado entrecruzándose como si tejieran y destejieran un sebucán alrededor de la espiga de la sábila. Introducen su afilado piquito por la abertura de la flor y penetran en ella hasta casi desaparecer en su interior.
            Una niña de unos siete años ha llegado a todo pedal a mi lado y se une a la contemplación lanzando repentinamente la tan caquetía exclamación “¡A la broma!” Apelando a mi pasado docente, la miro y le pregunto:
-          ¡Qué curioso! ¿Verdad? ¿Vos sabés qué son?
-          ¡Claro! ¡Son drones intergalácticos que vinieron a colocar cámaras de espionaje en la Tierra!

Ante tan clarividente y actualizada afirmación, debo recoger mi bucolismo que ha quedado esparcido por el arenoso suelo cual pétalos de alguna acacia.

Palabra: Ileana Ruiz
Ilustradión: Xulio Formoso

martes, 20 de agosto de 2013

Cortázar: el amor en un caleidoscopio de letras.





El amor no tiene un solo camino. Puedes recorrerlo construyendo tu propia Rayuela: de principio a fin y a x caracteres sin espacio entre los cuerpos; otra opción es seguir secuencialmente y a fondo blanco desde la primera línea del segundo párrafo hasta donde acaba el tercero y obviar el resto; si no, leyendo, bajo la luz del nombre del octavo mes del año, sólo la última oración de cada segmento pidiéndoles que sirvan de citas textuales para tu pasión; o, simplemente, siguiendo el pulso que te indique el deseo “y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja”. 

Como dijera Gustavo Pereira desde algún remanso, los cronopios no son sólo sueños de poetas. Algunos se asoman de vez en cuando entre las páginas de los libros; otros prefieren los periódicos para perpetuarse; la mayoría deambula por las ciudades tratando de asirse a algún encuentro o escuchando al sereno de la noche especular de nuestras vidas quien va gritando por las calles del mientras tanto ¡26 de agosto y Cortázar! Son muchos climas y texturas reales o surrealistas las que han de surcarse en 70 años con espinas ya que en el transitar desde una “Presencia” inexorable a un “Divertimento” inmanente sabemos que a pesar del oráculo de la muerte “la esperanza le pertenece a la vida, es la vida misma defendiéndose”. 

¿Qué podrá hacer mi maga, esa irreverente letra ante tu filosofía universal? ¿Puede traducirse el argumento absurdo de un corazón sin valijas ante el análisis morfológico o sintagmático de alguna expresión? ¿Cuánto puede desvelarte una “Casa tomada”? ¿Qué profundo hieren “Las armas secretas? Sólo desmenuzando las entrañas de un jazz hasta hallar la nota más erótica que pronuncia tu saxo es posible sucumbir ante la loca cordura de saber que Jules Florencio Cortázar “se doblegará si realmente soy yo, se sumará a mi zona iluminada, más bella y cierta; con sólo ir a su lado y apoyarle una mano en el hombro”.

Existen muchas rutas para irnos descubriendo, muchos modos de sincopar los pasos: devenires, alianzas, complicidades, besos. Tal vez se vale perseguirnos en los cuentos siempre y cuando esa ardorosa seducción acabe simultáneamente al “Final del juego”. Creemos, con la humilde y profunda convicción de un presentimiento, que el itinerario que penitencialmente nos imponemos nos exige silencio absoluto mientras saboreamos el paseo. Nada se interpondrá en nuestra coincidencia. No nos extrañaremos cuando al volver una página nos veamos juntos porque “andábamos sin buscarnos pero sabiendo que andábamos para encontrarnos”. 

Palabra: Ileana Ruiz 
Ilustración: Xulio Formoso