Caricaturizar es una empresa muy
compleja. No se trata de reducir a alguien a un montón de escombros de rayas y
colores cuyo parecido con la realidad no es más que pura negligencia.
Pocos artistas tienen la osadía de
dedicarle a este oficio más de un par de ejercicios. La mayoría asume con
sensatez que no es tan fácil como pareciera y responsablemente admiten que para
salvar los escollos y no dejar la piel y los huesos en los filos de trazos
imprecisos se requiere una dotación extraordinaria de ojo, mano, mente, ánimo,
alma y espíritu.
Retina fotográfica para una observación
acuciosa. Poder ver las tesituras, captar los contornos, iluminar las facciones
y expresiones del rostro; dejarse impresionar por lo que no está a simple
vista.
Mano habilidosa para exagerar los
rasgos adjetivados sin profanar el corazón de lo dibujado. Saber romper a
golpes del movimiento de muñeca la monotonía de la imagen de todos los días y bendecirla
con una nueva vida cromática.
Mente perspicaz para sorprender los
sentimientos que brotan de la mirada, interpretar los pensamientos y sentir que
la otra persona le ha revelado sus secretos sin usar ni una palabra.
Ánimo respetuoso como debe ser el
predominante cuando se toca a cualquier ser sea con los dedos, los labios, el
creyón o la tinta.
Alma sensible para entender que la
relación del artista con su obra debe ser fundamentalmente amorosa. Tener
siempre presente que la utilidad, prestigio o lucro obtenidos son un suplemento
nutritivo, nunca la razón de ser de lo creado.
Definitivamente, para caricaturizar como
es debido, el artista ha de ser portador de un espíritu seriamente risueño.
Palabra: Ileana Ruiz
Dibujo: Xulio Formoso